domingo, 24 de febrero de 2013

¿Estamos abocados a la soledad?

Esta es una pregunta que ha estado rondando por mi cabeza varios días.
Pero no es la primera vez, ni creo que sea la última.



         Una de mis profesoras en la escuela de arte nos dijo, hará un par de meses, que los actores somos vanidosos, egoístas, que vivimos de los aplausos que nos dan. Nos preocupamos por obtener la aprobación externa, sólo así conseguimos sentirnos bien, satisfechos, con nosotros mismos. Con nuestro trabajo. Con lo que somos.
          ¿O con lo que no somos?
      Alguien que depende del movimiento afirmativo de cabeza de todos y cada uno de los cuerpos presentes en la sala no debe saber muy bien quién es él, qué espera, qué quiere. Sólo sabe que la afirmación, que la aceptación es de lo que bebe, de lo que se nutre.
        Soy adicta a los aplausos. Me siento viva cuando el teatro en pleno se levanta para ovacionar nuestra obra una vez que esta ha finalizado. Lo triste es que los aplausos se acaban. Duran un minuto o dos. Luego viene la soledad. Pisadas que resuenan solitarias por la calle cuando vuelvo a casa, sin compañía, tras dos minutos de ovaciones y halagos. Me encuentro esquivando charcos, tal y como muchas veces esquivo a las personas, escuchando la banda sonora que me da mi Ipod en aleatorio, que por muy azaroso que pretenda ser, siempre voy guiando de canción alegre en canción alegre. Omito las canciones tristes o que cantan al amor, al cariño o a las relaciones, las evito como me evito reconocer ante mí misma que es eso lo que hago.
     El frío de esta época me recuerda, cuando me arrebujo en mi pesado abrigo, que no hay nadie esperándome en casa, con una taza de té caliente, listo para darme un abrazo, besarme en la frente y decirme lo orgulloso que está de que esté viva. Durante un tiempo pensé que era eso lo que quería. Que no necesitaría de una mano familiar, del calor de un cuerpo esperándome en el sofá o de una voz que me acompañase a casa una vez terminada la función. Y de verdad quería creer que era así porque, en el fondo, sabía que estaba abocada a la soledad.




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